Abstract
Es frecuente encontrar, entre quienes no están demasiado familiarizados con el arbitraje, algunas confusiones conceptuales. Esas confusiones, que se observan rutinariamente en muchos ámbitos del derecho (y del conocimiento en general), no tienen nada de desdoroso. En muchas ocasiones, inclusive, sólo son perceptibles por los especialistas y carecen de consecuencias prácticas, más allá del purismo conceptual.
No sucede lo mismo con las cuestiones que nos proponemos aclarar en este trabajo, porque de su correcto entendimiento depende el curso de acción que, en los hechos, se adopte. Y, como se sabe, en derecho, errar en la estrategia acerca de cómo, dónde o cuándo plantear una cuestión, puede significar perder la oportunidad de hacer valer un derecho, con el consiguiente perjuicio –muchas veces irreversible– para la parte.