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dc.contributor.authorTeglia, Osvaldo.
dc.date.accessioned2023-05-30T16:12:28Z
dc.date.available2023-05-30T16:12:28Z
dc.date.issued2023-05
dc.identifier.urihttps://riu.austral.edu.ar/handle/123456789/2175
dc.description.abstract“LAS DOS VALIJAS” En una fría y brumosa mañana de julio de 1958, la estación de trenes Sunchales comenzaba a recibir a sus numerosos viajeros de la pampa gringa. En el andén, se encontraron casualmente el suboficial de la Armada Hilario Solis; y el ganadero Don Silvio Pagni, ambos acunados por el mismo pueblo del interior santafesino, “Buena Esperanza”. Estaban por tomar el tren a Retiro. Tenían un derrotero preciso. El suboficial; después de un relajado franco; se encaminaba hacia el Servicio de Hidrografía. Era un eximio cartógrafo y un obsesivo meteorólogo. El otro hombre; copropietario de una organización familiar que incluía tambos y una cabaña de Holando argentino; se dirigía hacia la exposición rural de Palermo; donde expondría “su fila” de animales. El marino, era hijo de humildes y dignos trabajadores, de mediana estatura, y grueso torso. Su cara; obstruida por un espeso bigote; coronaba los rasgos firmes de una estirpe acriollada. Sus palabras sonaban medidas; y con cierta sequedad; recordando permanentemente su autoridad militar. El hacendado, era hijo de inmigrantes con una posición acomodada, alto, esbelto, de rasgos finos, de cara rosada casi siempre prolongada por un cigarrillo, solo sus rudas manos denotaban su procedencia y sus frondosas gesticulaciones y prolíferas tertulias su ascendencia italiana. De gustos refinados y buen vestir, nada denotaba su rústica existencia. Cuando el reloj dio las 6:00, la locomotora impactó con estruendoso silbato. Los hombres coincidieron en asientos contiguos. Cuando ubicaron sus valijas en el portaequipaje, les pasó desapercibido que eran casi idénticas. Al compartir el mismo pago chicho, se conocían, pero los distanciaba un rencor remoto e inexplicable. Sin disimular una mutua desazón; no tuvieron más remedio que iniciar una plática, en la que no hubo lugar para el tuteo. Ya en viaje, fueron atizando acaloradas conversaciones; mayormente sin coincidencias; más allá de compartir la dicha “de vivir lejos del impenetrable y cruel cemento” y “de poder contemplar inigualables amaneceres, y sigilosos crepúsculos desde interminables caminos rurales o la ribera del río”. La política acechó aquel incómodo y distante coloquio y puso de manifiesto disidencias que sustentaron tenazmente. Cuando el tren llegó a destino, en la ofuscación de sus relatos no contenidos, retiraron sus valijas presurosamente y se despidieron apáticamente. No imaginaron reencuentros, ni imprevistos. Al arribar, el asombro se apoderó de ellos. El cabañero; en el hotel; al abrir su maleta se encontró con un inmaculado uniforme naval. El marino; entre tanto; llegado al cuartel se topó con elegantes prendas y elementos como bozales, que supuso serían para los animales Holando. El primero tomo la iniciativa de un llamado telefónico y espeto: “Escúcheme Almirante, he encontrado en mi valija un uniforme naval, es de gala creo. Acaso Ud pretende que yo vaya a Palermo vestido así”. El marino refutó: “Mire Ud…algo parecido tengo para contarle. yo he hallado su ropa y cosas que deben ser de sus vacas, Ud. que pretende? Que salga por el destacamento a buscar alguna y la prepare como para la exposición”. Se intercambiaron las valijas en la Exposición Rural y se inició una amistad entrañable que perduró para siempre. El marino se encargó de atesorar y hacer trascender esta historia, más allá de la muerte de su amigo.
dc.language.isoeses
dc.publisherBiblioteca FCBes
dc.rightsAttribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 Internacional*
dc.rights.urihttp://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/*
dc.subjectLiteratura.es
dc.subjectMicrorrelatos.es
dc.titleLas dos valijases
dc.typeOtheres
dcterms.abstract“LAS DOS VALIJAS” En una fría y brumosa mañana de julio de 1958, la estación de trenes Sunchales comenzaba a recibir a sus numerosos viajeros de la pampa gringa. En el andén, se encontraron casualmente el suboficial de la Armada Hilario Solis; y el ganadero Don Silvio Pagni, ambos acunados por el mismo pueblo del interior santafesino, “Buena Esperanza”. Estaban por tomar el tren a Retiro. Tenían un derrotero preciso. El suboficial; después de un relajado franco; se encaminaba hacia el Servicio de Hidrografía. Era un eximio cartógrafo y un obsesivo meteorólogo. El otro hombre; copropietario de una organización familiar que incluía tambos y una cabaña de Holando argentino; se dirigía hacia la exposición rural de Palermo; donde expondría “su fila” de animales. El marino, era hijo de humildes y dignos trabajadores, de mediana estatura, y grueso torso. Su cara; obstruida por un espeso bigote; coronaba los rasgos firmes de una estirpe acriollada. Sus palabras sonaban medidas; y con cierta sequedad; recordando permanentemente su autoridad militar. El hacendado, era hijo de inmigrantes con una posición acomodada, alto, esbelto, de rasgos finos, de cara rosada casi siempre prolongada por un cigarrillo, solo sus rudas manos denotaban su procedencia y sus frondosas gesticulaciones y prolíferas tertulias su ascendencia italiana. De gustos refinados y buen vestir, nada denotaba su rústica existencia. Cuando el reloj dio las 6:00, la locomotora impactó con estruendoso silbato. Los hombres coincidieron en asientos contiguos. Cuando ubicaron sus valijas en el portaequipaje, les pasó desapercibido que eran casi idénticas. Al compartir el mismo pago chicho, se conocían, pero los distanciaba un rencor remoto e inexplicable. Sin disimular una mutua desazón; no tuvieron más remedio que iniciar una plática, en la que no hubo lugar para el tuteo. Ya en viaje, fueron atizando acaloradas conversaciones; mayormente sin coincidencias; más allá de compartir la dicha “de vivir lejos del impenetrable y cruel cemento” y “de poder contemplar inigualables amaneceres, y sigilosos crepúsculos desde interminables caminos rurales o la ribera del río”. La política acechó aquel incómodo y distante coloquio y puso de manifiesto disidencias que sustentaron tenazmente. Cuando el tren llegó a destino, en la ofuscación de sus relatos no contenidos, retiraron sus valijas presurosamente y se despidieron apáticamente. No imaginaron reencuentros, ni imprevistos. Al arribar, el asombro se apoderó de ellos. El cabañero; en el hotel; al abrir su maleta se encontró con un inmaculado uniforme naval. El marino; entre tanto; llegado al cuartel se topó con elegantes prendas y elementos como bozales, que supuso serían para los animales Holando. El primero tomo la iniciativa de un llamado telefónico y espeto: “Escúcheme Almirante, he encontrado en mi valija un uniforme naval, es de gala creo. Acaso Ud pretende que yo vaya a Palermo vestido así”. El marino refutó: “Mire Ud…algo parecido tengo para contarle. yo he hallado su ropa y cosas que deben ser de sus vacas, Ud. que pretende? Que salga por el destacamento a buscar alguna y la prepare como para la exposición”. Se intercambiaron las valijas en la Exposición Rural y se inició una amistad entrañable que perduró para siempre. El marino se encargó de atesorar y hacer trascender esta historia, más allá de la muerte de su amigo.


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