El objetivo del trabajo es plantear la relación de interdependencia entre la institución "familia" y la institución "televisión", desde el momento de la aparición de ésta hasta los años 90, década en que se redefinió el sector, desde el punto de vista económico, tecnológico y político.
English
Abstract
Pensar en la programación televisiva infantil es pensar en la familia y en el papel que ésta juega en la relación entre los niños y la televisión. La relación que los niños establecen con la televisión se encuentra condicionada por el contexto familiar y es otra de las funciones que la familia cumple, como entorno en el cual, no sólo los más pequeños sino todos los miembros de la familia en la actualidad, utilizan los medios de comunicación para alcanzar diferentes metas. Una de las últimas encuestas realizadas por la consultora Gallup (2006) en la Argentina refleja con bastante claridad el estado de la situación: en el 75 por ciento de los hogares argentinos se sientan a cenar con la televisión encendida, el 30 por ciento de los adultos no respeta el horario de protección al menor para sus hijos, el 65 por ciento de los adultos piensa que la televisión es negativa para los adolescentes; entre los entrevistados adultos, el 57 por ciento, por otro lado, considera que la televisión “entretiene pero no educa”; y el 17 por ciento cree que ésta no hace nada: ni educa, ni entretiene.
Según Helena Meirelles (2005), de la consultora Multifocos, la situación en América Latina sigue un patrón similar. Las encuestas realizadas en la Argentina, Brasil, Chile, Colombia y México muestran que hay más de 2,25 televisores por hogar; que el 50 por ciento de los niños mira tres horas o más de televisión diaria, y que el 40 por ciento de los niños mira televisión sin compañía de un adulto. El trabajo realizado en la región considera que la mayoría de los niños decide por sí sola qué mirar y que este índice aumenta en la medida en que son hijos o hijas de madres mayores o si son niños varones, entre 10 y 12 años y de nivel socioeconómico alto o medio alto, ya que tienen la televisión en su dormitorio.
De acuerdo con estos pocos pero reveladores datos, la pregunta central y que sintetiza el problema planteado en esta investigación se orienta a conocer más acerca de la evolución que el papel de la familia ha desarrollado en el proceso de exposición de los niños a la televisión. Es decir, ¿qué papel ha cumplido y cumple hoy la familia en la experiencia mediática de la audiencia infantil? ¿Cómo se ha desarrollado, cómo se ha estabilizado y qué características tiene la relación entre la televisión y la familia? ¿Por qué sucede lo que sucede según estas encuestas?
Para responder a estas preguntas, se analizará el proceso de desarrollo histórico que envuelve la relación entre dos agentes sociales: la familia como institución social y el cambio de relaciones entre sus miembros y el lugar de la televisión dentro de su evolución. De esta manera, podría alcanzarse una imagen más clara del modo en que se configuraron y se forman las relaciones sociales de consumo televisivo
( 1).
La evolución y desarrollo de las configuraciones sociales de la familia en relación con la televisión
La actual forma en que la familia estabiliza y ordena la manera en que sus miembros utilizan a los medios y, sobre todo, los mecanismos y dispositivos sociales que se ponen en funcionamiento para organizar la forma en que los niños de la casa miran televisión (o utilizan videojuegos, computadoras, libros de cuento, revistas, etc.) es el resultado de un proceso de desarrollo histórico, en el cual aparecen vinculados, de modo complejo, los cambios de la familia junto con las transformaciones de los medios de comunicación, como instituciones sociales, tanto desde el punto de vista económico, como tecnológico y cultural. El proceso normal de tensión entre los agentes individuales de la familia y las reglas y metas definidas por la “familia” como institución, por ejemplo, es una de las cuestiones que es necesario analizar para después delinear una imagen más detallada y realista del efecto de la televisión en la familia y, sobre todo, del efecto de la familia sobre la televisión.
La teoría del distanciamiento mediático
Si se considera la “recepción mediática” como un proceso complejo, no sólo es importante conocer los mecanismos sociales y psico-cognitivos de los niños en sus papeles de receptores, sino que es también central comprender el proceso de “distanciamiento” que éstos soportan o gozan, definen, aceptan o se niegan a tener con los medios de comunicación, y especialmente con la televisión. “Distanciamiento” es una categoría construida sobre la base de datos cualitativos y compuesta con varias dimensiones; las dimensiones marcan el modo en que los receptores –niños, jóvenes y adultos— establecen relaciones de más o menos implicación (emocional, cognoscitiva, social) con todos los medios en general y con cada uno en particular. La distancia, entonces, es la relación entre las personas sociales con los medios y es el mecanismo de formación social de los entornos mediáticos; es una relación social que establece un mayor o un menor grado de acercamiento o de alejamiento entre las personas sociales que forman un hogar y los medios de comunicación que utilizan.
Esta categoría fue construida de los relatos tomados de las entrevistas de jóvenes (Elizalde, 1998a; 1998b; 1999a; 1999b); en estos relatos, los jóvenes narraban el proceso de recepción (uso y reconocimiento de los medios) como una serie de decisiones tomadas en el marco de un sistema de relaciones sociales (entre las personas de su familia, de fuera de su familia y los medios) que los hacía definirse como “más o menos” mediáticos, es decir, más cercanos a los recursos, técnicas, tiempos y personajes de los medios, o alejados a ellos; pero lo más interesante de estos relatos era que no siempre las decisiones personales y conscientes eran las determinantes de la posición que la persona tenía en relación con los medios. Al contrario, describían en sus relatos un equilibrio dinámico entre la definición
unilateral o individualista del consumo y de la recepción de los medios y una definición
social o
colectiva de acuerdo con criterios del hogar. El
distanciamiento permite comprender, con un poco más de detalle, que el consumo de los medios –como otras relaciones sociales— no está determinado ni por las decisiones individuales (gustos o atracciones) ni por las reglas grupales, familiares o escolares. Esto significa que es posible definir la recepción como un proceso de reconocimiento (cognitivo y semiótico), condicionado y moldeado por el proceso de distanciamiento (alejamiento-acercamiento) de la persona con los medios, y que esta relación no es el resultado de una decisión completamente consciente ni absolutamente individual; pero tampoco es una relación determinada compulsivamente por estructuras económicas o ideológicas, educativas, religiosas o familiares. El distanciamiento, como proceso social que enmarca la recepción (atención, interpretación, evaluación, conclusión), se define por una serie de dimensiones que se desarrollan a lo largo de la historia de las personas, de las familias y de las sociedades; éstas son: los principios culturales que ordenan las decisiones de economía y tecnología familiar, las reglas sociales y los criterios personales que ordenan las decisiones relativas a la psiquis y al cuerpo de las personas.
El desarrollo histórico y biográfico de las relaciones entre la familia y la televisión
En los años 50, la entrada de la televisión en los hogares, según el relato de las personas de las familias acomodadas de clase media, se comprende de acuerdo con criterios y decisiones económicas y tecnológicas originadas en el padre, jefe de la familia. La familia nuclear de clase media estaba organizada alrededor de la figura del padre, que trabajaba fuera de la casa por un salario o por una renta, y la madre que se quedaba en el hogar para cuidar de las actividades domésticas y criar a los hijos. Esta estructura familiar condicionaba algunas decisiones centrales relacionadas con el uso de los medios de comunicación. Por ejemplo, condicionaba en gran medida quién era y bajo qué criterios se decidía la entrada y el modo de uso de un aparato de televisión al hogar. En los relatos que expresan y narran el modo en que la televisión entró en la casa, es invariablemente el padre quien, por lo menos públicamente dentro del hogar, asumía la responsabilidad de decidir si se compraba o no un aparato de televisión. La decisión estaba centrada sobre dos criterios: el gasto económico que se debía hacer y el gusto por lo técnico, es decir, por tener otro “aparato en casa”. Estos dos criterios o valores son centrales en la decisión para comprar en los años 50 un aparato de televisión. Algunas veces con cierto sacrificio y mucho cálculo económico, otras porque se cobraba un dinero extra o una herencia, y siempre porque el padre tenía cierta tendencia a llevar a la casa la tecnología novedosa.
En los relatos analizados, aparece la tecnología como punto de referencia para comprender la manera en que la televisión entró en las vidas familiares y personales. La tecnología del hogar era algo relativamente nuevo en la clase media. Pero el gusto y la valoración positiva de la incorporación de tecnología a la casa y a la vida familiar estaba condicionada por la capacidad económica de la familia. “Capacidad económica” no debería ser considerada bajo un criterio solamente objetivo. En familias de nivel socioeconómico alto es posible encontrar una desvalorización absoluta de la tecnología en el hogar o indicar que no se percibía la necesidad de contar con el aparato en la casa, y esto llevaba a que no se considerara conveniente comprarlo. Por otro lado, de acuerdo con los relatos de familias de clase obrera o trabajadora, con menos recursos y otros valores, el criterio objetivo del factor económico aparece evidenciado en que les “hubiera gustado” tener un aparato de televisión, pero no podían tenerlo.
Desde el punto de vista técnico y económico –un principio o valor cultural de la clase media— la televisión es calificada de “lujo”, de “atracción” y de “novedad”. En esos primeros años, la televisión se asocia a la idea de tener otro “electrodoméstico” más en la casa; pero no se la relaciona con ver programas (Varela, 2005:56). La televisión es un “lujo”, un objeto de diseño lujoso y modernista, que una vez que entraba en la casa, todos los miembros de la familia, poco a poco, quedaban atrapados bajo su seducción. Los entrevistados explican racionalmente este hecho; sólo lo describen: recuerdan que quedaban frente a la pantalla sin defensas, con el televisor encendido sin poder levantarse e irse, aun cuando la imagen fuera de bajísima calidad. Si alguien de la familia no se acercaba a la televisión desde el mismo momento en que ésta llegaba a la casa, poco a poco se iba interesando en algún programa y terminaba por incorporar el hábito de ver televisión.
Según los entrevistados, en esa época, la familia en pleno mirada toda la programación completa del único canal que funcionaba (Canal 7, del Estado). La novedad y las pocas opciones llevaban a no seleccionar. Además de ser la “novedad” de la casa, tres cuestiones son centrales: poca cantidad de horas de transmisión (cuatro o cinco), una programación pensada para la familia completa, padres, hijos y, a veces, abuelos mirando el mismo programa; tercero, una programación orientada para una familia de valores conservadores y forma de vida convencional. Esto permitía que los padres se esforzaran menos por el control de los horarios de mirar televisión.
Entre 1955 y 1960, el grupo de familias más progresistas desde el punto de vista “tecnológico” habían comprado un aparato de televisión (Elizalde, 2002:383-384). La forma de organizar las interacciones de la familia y sobre todo de los hijos con la televisión estaba centrada en que era un “entretenimiento familiar”. En estos años, la televisión era evaluada por los mayores como algo “inocuo” para los más chicos. Las personas no diferencian los contenidos producidos y distribuidos en la televisión con los de otros medios, de acuerdo con los efectos dañinos que podrían generar. En la medida en que avanza la década del sesenta, hubo un cambio de evaluación: poco a poco la televisión comenzó a ser un “hecho moral” dudoso. En una primera etapa, los valores y principios culturales y morales de la producción y de la oferta de la televisión no son contradictorios con los de las familias de clase media de estructura y forma de vida tradicional. Lo que percibían los padres era que la televisión podía ser una pérdida de tiempo para los hijos. Para los padres y abuelos de las familias de clase media, lo mejor para sus hijos y nietos era la lectura de diarios, de revistas o de libros (mejor aún); esta comprensión es parte de una “teoría del progreso personal”: si se quería avanzar o superarse en la vida, la educación era el mejor medio. Sin embargo, los entrevistados no recuerdan que la televisión fuese definida por sus padres como algo negativo, como una “mala influencia”; pero tampoco en ninguna entrevista aparece una referencia valorando positivamente la televisión y sus programas. Más bien, la televisión era un objeto curioso, un objeto que era motivo de hacer algo que llamaba la atención, pero que no era ni muy malo ni muy bueno. Esto cambiará para la familia media a lo largo de los próximos veinte años.
En resumen, en general los entrevistados coinciden en que los principios culturales que guiaban la organización de sus familias, no alejaban a sus miembros de la televisión, pero tampoco eran valores que motivaran de una manera directa hacia el acercamiento, sea estético, técnico o de contenido.
Distanciamiento social
La aplicación de una serie de decisiones prácticas son los verdaderos “medios sociales” de gestión de la relación entre la familia y la televisión, como también de las relaciones entre sus miembros y los de otras familias. El aparato de televisión era instalado, por lo general, en la sala de estar (living). En muy pocas casas el televisor estaba en el lugar en el que se comía y menos aún en el dormitorio. Los padres y las madres compartían el criterio de que nadie de la familia podía que mirar televisión mientras se compartía la comida y que nadie, ni los propios padres, debían mirar televisión en el dormitorio. El espacio social del hogar estaba organizado por los padres; sobre todo, por la madre que era la que estaba permanentemente en la casa; y eso permitía que la decisión del lugar en el que se debía colocar el aparato de televisión era una decisión femenina, pensada para la decoración de la casa y para su funcionalidad cotidiana.
A fines de los años 50 y durante gran parte de los años 60, el tiempo social de la casa estaba diferenciado de manera más sencilla que en los próximos años. Los niños veían televisión sólo después de que hicieran la tarea o los deberes de la escuela. Y solos dejaban la televisión, ya que la programación infantil no duraba más que una o dos horas a lo sumo. La función social de los contenidos de la televisión para la familia y sobre todo para la madre, que era quien estaba en el momento de mirar televisión de los niños, era la de entretenerlos. La televisión, en esa época, podía ser reemplazada con relativa facilidad, para los padres y para los hijos, por juegos no mediáticos, ya sea dentro como fuera de la casa. La posibilidad de jugar al aire libre, incluso en las ciudades, era una opción realista en esos años. Con lo cual, después de ver un programa infantil, era posible encontrarse con amigos para jugar al fútbol, andar en bicicleta o subir a los árboles. De este modo, los medios de distanciamiento social definen una competencia entre entre las reglas y los hábitos originados en la familia y los que comenzaba a generar la televisión. Los adultos de la familia fijaban ciertas reglas de convivencia para acercarse o alejarse de los medios, también de la televisión. Esto producía patrones de distanciamiento, que se transforman en los “medios de gestión social de la casa”. Es decir, son mecanismos y dispositivos sociales que sirven para llevar adelante el objetivo de la estrategia definido por el padre y derivado de un principio o valor cultural más o menos difuso, pero que se manifiesta en el momento de tomar una decisión en concreto (por ejemplo, comprar o no la televisión, decidir dónde se coloca, etc.). Estos “mecanismos” funcionan como “reglas” que fijan “acciones”, que luego se transforman en “hábitos” que definen:
a) cuándo mirar y no mirar;
b) en qué contextos o situaciones hacerlo o no;
c) con quién es posible mirar o no mirar televisión;
d) después, durante o antes de qué situación se puede o no mirar.
En esta época, todavía no aparece en el relato de los entrevistados el problema de “qué es posible” o “qué se debe” y “qué no se debe” mirar. El contenido no fue un problema para la familia tradicional argentina, por lo menos hasta los años 80. Los problemas que debían resolver los padres, según los entrevistados, no estuvieron relacionados con los contenidos y con los problemas sobre todo morales de los contenidos. La familia de clase media tradicional sólo debía ocuparse de que la televisión no interfiriera con otras actividades y tareas más serias e importantes para el futuro de los hijos. Pero no se planteó hasta mucho tiempo después qué efectos morales generaba la televisión, sus contenidos y sus personajes.
Por ejemplo, a fines de los años 50, en las casas que hacía poco tiempo que había llegado la televisión era común que se privilegiara la situación de mirar que la situación de atender a las visitas. Si alguien llegaba a la casa mientras se estaba mirando televisión, era normal en algunos hogares que los visitantes fueran invitados a sentarse a ver televisión junto con la familia, sin que nadie hablase; pareció normal –por lo menos hasta que la televisión en sí misma se transformó en normal—que fuese más importante mirar televisión que atender a las personas extrañas a la casa.
La relación entre adultos y niños en la casa en función de la televisión aparece en los relatos como una situación no conflictiva. Y esto es posible comprenderlo por medio del contexto que los entrevistados describen. En primer lugar, no existía conflicto porque todavía, en ese momento, las relaciones familiares en la Argentina, dentro de las familias de clase media acomodada, de mentalidad tradicional, se acepta de un modo “pacífico” la función de dirección que el padre, en primer lugar, y la madre en segundo, cumplían dentro de la familia. Por otro lado, como se dijo antes, los recuerdos de los entrevistados acerca de los contenidos, programas y figuras de personas que aparecían en la televisión, no generaban conflictos de puntos de vista dentro de la familia. Según los entrevistados, los contenidos de la televisión eran perfectamente compatibles con la mirada familiar del momento. Los programas de la televisión eran: o compatibles con la moral familiar tradicional o indiferentes y aburridos para los niños o menores de edad de la casa. En tercer término, esta relación asimétrica reconocida y aceptada también generaba como resultado que los más chicos emularan la imagen de los “mayores”. Esto llevaba a que la lectura de diarios, de revistas y de libros, por ejemplo, se considerara metas o ideales a seguir por ellos, según el relato de los entrevistados. Difícilmente se pueda evaluar con completa certeza este asunto, pero los entrevistados reconocen que, después de una primera atracción “casi irresistible” hacia la televisión, la falta de contenidos variados, la mala calidad de la técnica y de la estética televisiva, fueron disolviendo o debilitando el hábito de mirar diariamente televisión. Esto, por otro lado, les dejaba tiempo social suficiente y energía corporal y psíquica para leer diarios o revistas o libros.
En esta época, se vislumbra en los relatos otro motivo de alejamiento social de los niños en relación con los medios y sobre todo de la televisión; al tener que asumir otras responsabilidades como alumnos de la escuela secundaria, genera otros hábitos en aquellos que se habían encontrado con la televisión durante su infancia. Esto afecta el proceso de gestión del tiempo social y con el modo de administrar, de modo personal o familia, la energía corporal concentrada en dificultades cognitivas que restan fuerzas para mirar televisión. No significa, sin embargo, que los propios niños-adolescentes asumían conscientemente la responsabilidad de la escuela. Sólo que los asuntos, las rutinas, los problemas y las diversiones generados por la escuela ocupaban un cierto tiempo social y personal de los menores. Y una vez que estas rutinas eran aprendidas por los niños, se generaba un hábito que competía con los hábitos televisivos.
En esos años, como lo recuerdan los entrevistados, sus padres –de familias de clase media tradicional— debían tener menos controles sobre el desempeño de los hijos en la escuela en relación con las distracciones e interferencias que generaba la televisión. Al contrario, de un modo casi natural, espontáneo y también inconsciente para los propios protagonistas, según sus relatos, después de cierto tiempo “imposibilitados de ver televisión”, se encontraban alejados, des-implicados de los programas y personajes que seguían en el momento que tenían tiempo para hacerlo.
Distanciamiento personal: la psiquis y el cuerpo de la persona
Este distanciamiento social, sin embargo, no abarcaba ni controlaba todas las decisiones. Siempre (Elizalde, 1999b) existen decisiones que marcan diferencias individuales de gustos, de actitudes y de relaciones particulares de cada miembro de la familia con los medios. Esto se puede observar y comprender cuando los entrevistados relatan las diferencias que existían entre ellos y sus hermanos, entre ellos y sus amigos o compañeros de escuela de similares condiciones económicas, sociales y, evidentemente, educativas. También la hipótesis del distanciamiento personal, es decir, del hecho de que en el marco de la familia tradicional de los años 50 y sesenta era posible mantener pautas individuales de consumo de medios, se encuentra si se comparan casos de personas con diferentes condiciones económicas, de estatus social y de nivel o tipo diferente de educación, con las mismas decisiones mediáticas. En iguales condiciones socioeconómicas y educativas, diferentes decisiones personales; en diferentes condiciones estructurales, las mismas decisiones personales.
De acuerdo con los relatos de vida, si definimos los gustos por la categoría de distanciamiento, entonces, es posible considerar que había diferencias entre padre y madre, entre hijos y padres, entre hermanos, entre miembros de la familia y otras personas externas. Y estos procesos de alejamiento y de acercamiento no estaban definidos específicamente por ningún otro factor instrumental que no fuera el gusto, lo agradable o lo desagradable que le parecía a alguien mirar televisión, mirar cierto programa o hacer algo con cualquier otro medio.
De la televisión natural a la televisión inmoral: los años 70 y 80
Los años 70 en la Argentina son años difíciles, de muchas contradicciones y conflictos políticos y sociales. La televisión y la familia cambian y, por supuesto, se transforma la relación entre ambas instituciones. Se podría decir que hay un proceso de re-institucionalización en ambas entidades sociales. La familia deja de ser un agente con tanta autonomía para que la gane el individuo, sobre todo aquellos que habían mantenido menor soberanía sobre sus decisiones: las mujeres y los jóvenes. También ganan, en centralidad y en atención familiar, los niños: las familias se dedicarán no tanto a regularlos, a controlarlos, como a satisfacerlos, a concederles buenos momentos, satisfacción en sus necesidades lúdicas, por ejemplo.
En primer lugar, hay un acercamiento casi masivo hacia la técnica de la televisión desde finales de los años 60 hasta la década de 1970. Los últimos, los más rezagados tecnológicamente, dentro de las clases medias acomodadas, también compran sus aparatos de televisión. Y por lo tanto, aquellos que estuvieron a la vanguardia en los cincuenta, compran el segundo aparato. No es normal, en la clase media, pensar en casarse, formar una nueva familia, un nuevo hogar, y no considerar que es necesario un aparato de televisión para su casa. Cambia, junto con el papel de la mujer en la casa –que es ya más común que trabaje fuera, por un salario–, el hecho de que ahora no siempre ni necesariamente es el padre el que decide el cambio o la actualización del aparato de televisión.
Desde el punto de vista del distanciamiento cultural, la familia ha aprendido algo importante de la televisión, algo que al principio no sabía: puede ser un objeto que demanda y consume muchísimo tiempo productivo de grandes y chicos. Aunque la crítica en esos años provenía sobre todo de la intelectualidad (Varela, 2005:59), los relatos dejan entrever cierta desconfianza sobre los efectos de la televisión comparados con la cultura clásica. El conflicto entre padres e hijos acerca de los contenidos se mantendrá latente en este periodo. Esto no significa que no existieran diferencias, sino que no se manifestaban abiertamente en la casa, es decir, no había peleas cotidianas en relación con esto. Los motivos son varios. Primero, la oferta de programas es mayor –desde el mediodía se puede ver televisión–, pero sigue siendo pobre para llamar la atención y hacer que los niños abandonen otras actividades no mediáticas por la televisión. Segundo, aunque el hábito de mirar televisión es ya observado como algo que puede ser perjudicial para los niños en tanto los retira de otras actividades, los contenidos no eran contrarios a la formación de la familia tradicional. Esto se profundizó en los años 70, en el momento en que los gobiernos militares controlaban la televisión e imponían una representación tradicional, “a-conflictiva”, de la estructura y de la vida familiar. El problema de las familias no eran los niños en relación con lo que podían ver en televisión, sino más bien los jóvenes. Las relaciones entre la familia y la escuela se caracterizaban por un “acoplamiento positivo”, es decir, relaciones complementarias, orientadas hacia los mismos objetivos y representaciones públicas, por ambas instituciones; esto permitía más compatibilidad y un mayor reforzamiento entre ambas instituciones. En cambio, la familia encontraba un problema con sus miembros más jóvenes en la medida en que asistían a la universidad. Mientras que la relación familia-televisión-escuela era una tríada compatible desde el punto de vista interno, la que formaba la familia-televisión-universidad generaba contradicciones que eran experimentadas, por los jóvenes y también, a veces, por los padres, como problemas y tensiones en la convivencia.
Distanciamiento social
El proceso de distanciamiento social se modificó en este periodo. Comenzó a formarse, poco a poco, un hábito más denso y más estructurado, de consumo televisivo, un hábito reforzado por una mayor cantidad de opciones en la programación y por el hecho de que los mayores en los hogares analizados, las madres sobre todo, se habían formado como madres –y tal vez como hijas— en el proceso de mirar televisión. Además, el nuevo hábito está condicionado por la apertura de nuevos espacios sociales de la casa habilitados para el consumo televisivo. La televisión pasa a los dormitorios –primero de los padres y, en algunas casas, también de los hijos–. Y esto hace habitual y común el hecho de que se acepte que se pueda comer, de día y de noche, mirando televisión. En relación con esta costumbre hay una diferencia entre las mismas familias de clase media. En las familias con más capacidad económica y más orgullo y sentido de sus tradiciones, la comida con la televisión no será un hábito aceptado hasta mucho tiempo después, momento en que es normal que la familia no comparta la comida. En cambio, en las familias de clase media, con padre y madre que trabajan fuera, o con una madre dedicada a las tareas domésticas (sin ayuda de empleados en la casa) y a la crianza de los hijos, comienza a ser una opción aceptada y legitimada dentro de la familia, comer al mismo tiempo que se mira televisión. No hay un tabú en este sentido.
En los años 80, en las familias de clase media, comienza un cambio de papeles en relación con la televisión. Quienes habían sido hijos en el comienzo de la televisión, ahora son padres; y quienes eran padres, ahora son abuelos. La construcción social de las identidades de estas personas es central para comprender cómo experimentaban los niños la relación con la televisión. Los padres actuales, que habían sido hijos del comienzo de la televisión, tenían una visión poco actualizada del medio. Habían visto una televisión familiar, inocua sobre ciertos valores tradicionales de la familia, que ahora había dejado de serlo. Su televisión ya no existía. El comienzo de la democracia en la Argentina (1983) generó un gran cambio de contenidos en la programación televisiva (Elizalde, 2002; Varela, 2005:55; Buero, 1999:667 y ss.). Este cambio de contenidos introdujo, en la oferta de programas, representaciones simbólicas de la familia, de la persona, de la mujer, del sexo, de la religión, que podían competir entre sí, que eran diversas y contradictorias. Los padres necesitaron modificar sus papeles o roles en la gestión social de la relación entre sus hijos y la televisión. La televisión había dejado de ser parte del “paisaje natural” y se había transformado en un problema moral.
La absorción televisiva de la vida cotidiana: los años 90 y el comienzo del siglo
Los años 90 están marcados por cambios en el principio cultural que afecta a la tecnología. La vida y la técnica son dos procesos casi indiferenciados. La tecnología está condicionada a un cambio constante, técnica y económicamente motivada. Ya no es posible un capitalismo de “guardar lo viejo”, ni siquiera en el capitalismo de países con economías emergentes o débiles. Las familias de clase media se encuentran dentro de una burbuja tecnológica que les permite trabajar en casa, disfrutar, aprender, acceder a lo prohibido y a lo normal. La tecnología es un medio de entrada a la cultura como nunca antes lo había sido. Las familias argentinas gastan, en promedio, lo mismo en cultura y en entretenimiento que en salud (INDEC, 1999: 267). El distanciamiento cultural se organiza alrededor de tres parámetros: el tecnológico, el de la calidad cultural y el económico.
El técnico o tecnológico lleva a que se cambien las relaciones entre hijos y padres. Mientras en que los años 50 son los padres los introductores de la tecnología novedosa en el hogar, ahora son los hijos: jóvenes, pero también niños. Son los primeros que conocen cómo manejar computadoras, la Web, teléfonos celulares, DVD y televisores, cámaras y, sobre todo, las interfaces de todas estas tecnologías (Elizalde, 1998b:135 y ss.). Los padres se autodeclaran incapacitados de entrar solos en la tecnología digital. Y si bien esto no está directamente relacionado con la televisión, permite comprender un cambio importante en las relaciones entre padres e hijos en función con las tecnologías mediáticas: de la asimetría a favor del padre en el primer periodo, se pasa a un equilibrio entre la madre y el padre, que termina en un modelo de asimetría o de equilibrio a favor de los hijos.
El otro principio de organización del consumo mediático en los niños es la concepción cultural que los padres tengan. Algunos padres, con experiencias culturales alternativas a la cultura de la televisión y de los medios, proponen otras formas y se niegan a aceptar en bloque la cultura mediática televisiva. Sobre todo son personas que se identifican con alguna práctica o conocimiento de la cultura considerada “elevada”: asisten al conservatorio, son escultores o pintores, profesores universitarios o personas que han incorporado desde niños una cultura tradicional y académica, por lo menos en algunos aspectos; es decir, en el sentido de que sus prácticas se realizan sólo al ser aprendidas en centros especializados. Por lo general, las familias que se guían por este principio lo llevan a cabo generando un alejamiento social de la televisión.
Finalmente, el tercer principio cultural es económico. Independientemente de la necesidad tangible, aparecen casos de familias que se negaban o se niegan a gastar dinero en algo que no les parece relevante, sea por el motivo tecnológico o por el cultural, o por ambos. Sin embargo, también, las personas declaran que les gustaría tener acceso a otros canales de cable y no pueden hacerlo por falta de recursos económicos.
El proceso de distanciamiento social se produce por medio de relaciones más complejas entre los propios padres (o la pareja de la casa), entre los padres y los hijos, entre los hermanos, pero también entre miembros de la casa y las personas externas a ella. Por lo general, la función que los padres (también las parejas de los padres que viven en el mismo hogar) y las personas contratadas para cuidar a los niños conceden a la televisión es fundamentalmente de “apaciguamiento”. El control emocional de los niños, la posibilidad de conseguir que no se peleen entre hermanos, y sobre todo, que les conceda el tiempo necesario y suficiente, a los mayores, para cumplir sus objetivos y tareas con más independencia.
La relación entre los niños y la televisión se ha modificado sobre todo desde el punto de vista de las pautas sociales. Las reglas familiares para mirar televisión se han modificado en gran medida, no sólo como resultado de los cambios internos o de nuevos valores culturales. La situación creada es más compleja en tanto más cantidad de modelos televisivos (estética, técnica, moral y políticamente) y diferentes tipos de familias (Wainerman, 2005:185 y ss.; INDEC, 2004:210).
Conclusiones
El papel de la familia en la experiencia mediática de los niños ha ido cambiando en la historia de la relación entre la familia y la televisión de acuerdo con varios factores. Primero, la familia se ha ido adaptando a la estructura de la oferta mediática, lo que significa adaptarse y seleccionar las oportunidades de conocimiento y de tecnología, de entretenimiento y de información que los medios en general y que la televisión en particular han producido a lo largo de su historia. La reacción de la familia ante la televisión es interdependiente con los cambios de la economía política, de la cultura política y de la cultura de la intimidad realizada por la televisión como institución de alcance colectivo.
Segundo, la familia ha adquirido y ha transformado la televisión en un objeto social que le permite realizar mejor otras actividades propias: trabajo, educación, crianza de los hijos, entretenimiento a bajo precio, pasatiempo rápido y seguro. La televisión, entonces, se inserta en tres tipos diferentes de “economías” de la familia: “monetaria” (gastos de dinero para tener un aparato y ciertos contenidos), “temporal” (ahorro de tiempo o inversión de tiempo necesario para la vida social) y “emocional” (control y regocijo emocional de sus miembros).
Finalmente, es necesario darse cuenta de que este proceso de interdependencia de la estructura televisiva en el nivel colectivo y de la incorporación que la familia hace de la televisión como objeto social en un nivel interpersonal generan en sus miembros, adultos, jóvenes y niños, “hábitos” que se vuelven inconscientes, y que terminan por ser los generadores de los patrones de sentido que forman las certezas del conocimiento común.
Bibliografía
BUERO, L.: Historia de la televisión argentina contada por sus protagonistas. Desde 1951 hasta 1996, Morón, Universidad de Morón, Buenos Aires, 1999.
ELIZALDE, L. H.: «Los jóvenes y las tecnologías de la comunicación y de la información. Hacia una etnografía de los entornos mediáticos», en ZER, núm. 5, Revista de Estudios de Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales y de Comunicación, Universidad de Bilbao, Bilbao, noviembre 1998a, págs. 121-156.
-----: «Medios, instituciones y cambio institucional. El caso de la neo-televisión», en Revista Estudios sobre el Mensaje Periodístico, núm. 4, Facultad de Ciencias de la Información, Departamento de Periodismo, Universidad Complutense de Madrid, 1998b, págs. 135-160.
-----: «Recepción y sentido común. Estructura de los acontecimientos mediáticos conmocionantes y pautas de recepción», en Revista Estudios sobre el Mensaje Periodístico, núm. 5, Facultad de Ciencias de la Información, Departamento de Periodismo, Universidad Complutense de Madrid, 1999a, págs. 169-206.
-----: «Factores y condiciones de la comunicación audiovisual. Su definición desde el ámbito de la recepción», ZER, Revista de Estudios de Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales y de Comunicación, Universidad de Bilbao, noviembre de 2000, págs. 185-236.
-----: «Radio y televisión», en Nueva Historia de la Nación Argentina, tomo 9: “La Argentina del siglo XX”, Editorial Planeta, Buenos Aires, 2002, págs. 363-394.
-----: Los jóvenes y sus relaciones cotidianas con los medios. Una aproximación teórica y metodológica al estudio de la recepción, Cuadernos Australes de Comunicación, Facultad de Ciencias de la Información, Universidad Austral, 1999b.
GALLUP ARGENTINA: Los argentinos y la televisión. Rol y funciones de la televisión en los hogares argentinos, Encuesta Ómnibus TBS, noviembre-diciembre de 2006.
INDEC (Instituto Nacional de Estadística y Censo): Anuario Estadístico de la República Argentina, Buenos Aires, 1999.
INDEC (Instituto Nacional de Estadística y Censo): Anuario Estadístico de la República Argentina, Buenos Aires, 2004.
MEIRELLES, H.: «Niños y consumo televisivo en América Latina», en Televisión de Calidad. IV Muestra y Seminario Internacional “Compromiso por una Televisión de Calidad para la Infancia en Colombia”, Bogotá, 30 de agosto al 3 de septiembre de 2005.
SCHWANDT, Th. A.: «Constructivst, Interpretivist Aproaches to Human Inquiry» en DENZIN, N. K. y LINCOLN, Y. S. Handbook of Qualitative Research, Sage Publications, Londres, 1994, págs. 118-137.
VARELA, M.: La televisión criolla. Desde sus inicios hasta la llegada del hombre a la Luna (1951-1969), Editorial Edhasa, Buenos Aires, 2005.
VASILACHIS DE GIALDINO, I.: Métodos cualitativos I. Los problemas teórico-epistemológicos, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1992a.
-----: Métodos cualitativos II. La práctica de la investigación, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1992b.
WAINERMAN, C.:
La vida cotidiana en las nuevas familias. ¿Una revolución estancada?, Ediciones Lumiere, Buenos Aires, 2005
.